viernes, 23 de abril de 2010

Magia rusa.

Como les conté anoche, ayer fue un día que me dejó con muchas historias que contar. Una historia culinaria, una historia itinerante, una historia de magia rusa y una historia acompañada de té de jazmín para poder dormir.

Me encantan los días como estos porque me dejan con la sensación de que siempre tengo algo que contar. No hay nada que me aterre más en este mundo que la idea de no tener nada interesante que decir, sería como si viviera una vida en escala de grises, sin chispazos de color.

La historia que les contaré esta noche es de una calle en donde el tiempo se detiene, los sueños se hacen realidad y una gitana hace magia rusa.

Ir al Centro Histórico es una de las cosas que más disfruto. Y mi historia se ubica precisamente en una de sus calles, en Tacuba para ser exacta.

Tacuba es una de las calles más antigüas y más bellas de la Ciudad de México. No sé mucho sobre su historia (lo remediaré pronto) pero cuando camino sobre sus banquetas siento como si lo supiera todo, como si la conociera de siempre y ella me conociera a mí.

No son sus bellísimos edificios coloniales, ni los Palacios de Correos y de Minería, ni su emblemático Café de Tacuba lo más atractivo de esta calle. Lo más atractivo son sus pasajes secretos con mercancía proveniente del Medio Oriente, sus puestos de antigüedades o simplemente la perfumería en la que las damas de antes solían ir a comprar esencias y artículos de tocador.

Hace tiempo, mientras caminaba por esta calle, me topé con uno de esos pasajes secretos. Me decidí a entrar porque se podía ver desde afuera un puesto de ropa hindú. De repente se apareció frente a mí una mujer con aspecto gitanesco: llevaba una falda roja, una blusa floreada, unas botas cafés y uno aretes de ámbar. Con un acento extraño me dijo que si quería ver artesanía rusa.

Dio unos cuantos pasos hacia atrás y fue en ese momento en el que descubrí que la magia existía.

Una mesita de madera, algo vieja, servía de mostrador para todas aquellas maravillas hechas de materiales traídos del otro lado del mundo.

Anillos, aretes, pulseras, collares. Primero pensé que se trataban de antigüedades por la apariencia vieja y opaca de los metales. Después supe que ella fabrica cada una de las piezas.

Ámbar, ópalo y turquesa son algunas de las piedras que, como por arte de magia, convierte en fantásticos objetos que me transportan a un mundo de bolas de cristal, carnavales y comparsas.

Desde que dí con esta mujer, el ópalo se ha convertido en una de mis gemas favoritas. No hay nada pretencioso ella y, sin embargo, es la única gema que puede reflectar los rayos de luz y transformarlos en los colores del arcoiris.

He desarrollado una obsesión por los objetos que la rusa fabrica con esta gema. No sé si sea el arcoiris al alcance de mi mano o las bolas de cristal prêt-à-porter o el hecho de encontrar la mercancía en un pasaje secreto. Tal vez simplemente sea que soy una romántica incurable que todavía cree en cuentos al puro estilo Las mil y una noches.

La canción de hoy se llama Mreyte ya mreyte y la interpreta Khaled Mouzanar.

Buenas y mágicas noches.

Ana Caro.



1 comentario:

  1. Qué padre, prima, me encanta poder conocerte mejor, aunque sea por este medio. Las letras siempre dan a conocer mucho de nuestra esencia. Te quiero mucho, ojalá que nos veamos pronto!!! besos

    ResponderEliminar